Emocionalidades, ladrillos de nuestro quehacer investigativo.

By Belén Rivera Corvalán 

Humberto Maturana, Premio Nacional de Ciencias, explica que todos los seres vivos, incluidos los seres humanos, somos seres emocionales, y que gracias al uso del lenguaje (a mi parecer herramienta relacional básica), pasamos a ser seres racionales. En otras palabras, la racionalidad no existe si primeramente no hay una emocionalidad marcada por motivaciones. Estos deseos o preferencias personales nos mueven a aproximarnos a lo que en investigación nos referimos al objeto de estudio en cuestión. Y como interfaz entre estos dos elementos socialmente opuestos, el lenguaje funciona como un engranaje capaz de generar coherencias del discurso, coherencias de lo que nos rodea y coherencias de nuestros propios mundos internos.

Llevo casi un año trabajando en el mundo de la investigación, y con ello he tenido la oportunidad de confirmar lo anteriormente descrito. No sólo he podido explorar mi propia emocionalidad, alias intereses, sino que también he podido conocer universos paralelos que constituyen de cierta forma, mi construcción identitaria actual. Puntualmente a lo que me refiero con esto es la experiencia y regalo de trabajar junto a un equipo multidisciplinario; personas que gracias a su trayectoria personal, académica y laboral han construido diversos universos emocionales. Lo más interesante de todo esto es que una vez que el resto y tú han abierto las puertas de la emocionalidad, terminas por verte inmerso en una secuencia de relaciones en cadena posiblemente interminables que funcionan de manera recíproca o interrelacionadas. Comienzas a observar que lo que parecía interesante para el resto, termina siendo interesante también para ti, pero siempre en un sentido diferente, siempre en un sentido personal.

Lo anterior quisiera ejemplificarlo con dos experiencias en concreto, mi trabajo en conjunto con dos investigadoras de la Fundación Kimntrum, una Bióloga Marina y una Antropóloga Social. Gracias a ellas y sus propios intereses, me permitieron conocer sus universos de acción y que, no sólo lo que ellas me pudieran relatar a través de la palabra o el lenguaje, sino que pudiese yo misma formarme una interpretación coherente desde mi propio lenguaje. Lo anterior ha significado la maravillosa oportunidad que ellas me dieron de conocer dos grupos de personas tan distintos, pero iguales en cuanto a la fortaleza de quienes los conforman. Estos últimos meses he podido trabajar colaborativamente con las algueras de la Caleta de Coliumo, mujeres que a través de la recolección de algas y pesca artesanal han construido una identidad territorial admirable; y por otra parte pude empaparme de sorpresas agradables junto al trabajo con  chicos, chicas y chiques de la comunidad Trans, personas que han luchado aguerrida e incansablemente contra pensamientos cuadrados, retrógrados, egoístas y, por qué no, miserables en cuanto a su apertura emocional/racional.

Ambas situaciones han sido para mí motivos de preguntas incansables, motivo de curiosidad de verme envuelta en un nuevo conocer y a la vez re-conocer elementos que se develan para mí como un gran sentido de vida. Pienso que ese es el verdadero sentido de la investigación, ser creativo en cuanto a la capacidad de recombinar lo que ves, crear en base a tu emocionalidad y descubrir en el camino nuevas formas de racionalidad que terminan siendo también parte de tu propia metamorfosis personal, académica y laboral.

Como siempre, quisiera terminar esta columna con una invitación, y en esta oportunidad me gustaría que todas y todos quienes estén leyendo estas palabras se entreguen la oportunidad de mirar el mundo desde la perspectiva de un niño(a), siempre curioso(a), siempre entusiasta, siempre agradecido(a) de las nuevas oportunidades que se generan en el compartir y co-construir con quienes le rodean. Pues al fin y al cabo, son las intenciones, miedos y gustos los que nos guiarán en nuestro andar, a pesar del intento humano (adulto) permanente por desvalorizar la importancia real de las emociones.