By Camila Espinosa Escobar Abril 30, 2019.
Desde hace un par de años que todos los primeros de mayo los paso en Talcahuano junto a compañeras y compañeros en la conmemoración del día del trabajador. Este miércoles no será la excepción, sin embargo, no será en la ciudad costera sino en el centro de Concepción junto al bloque feminista. Debo asumir que me costó tomar la decisión de dejar el territorio que cohabito, pero la autonomía feminista cada día toma mayor relevancia en mí vida y en la de muchas mujeres. Y más aún en el día del trabajador.
Me gustaría ahondar un poco en la concepción que se tiene del trabajador. Ese imaginario milenario de un hombre (obvio que siempre es hombre) que asiste diariamente a una fábrica a vender su fuerza de trabajo. Digo hombre y fábrica porque a mi parecer suele existir una primacía con este ideario en los sectores que componen la clase trabajadora. Silvia Federicci lo menciona en su último libro El Patriarcado del Salario “En el nombre de la lucha de clases y del interés unitario de la clase trabajadora, la izquierda siempre ha seleccionado a determinados sectores de la clase obrera como sujetos revolucionarios y ha condenado a otros a un rol meramente solidario…”(2018, pp.26).
Claramente, las mujeres hemos sido relegadas a una esfera más bien solidaria o de colaboración con el trabajador, ya sea con el marido o con quien se supone es el jefe de hogar. Recordemos que nuestra cultura está muy marcada por la constitución tradicional de la familia, espacio pionero en reforzar las instituciones. Pero ¿qué pasa cuando la fábrica de trabajo es mi cuerpo? ¿Cuándo en vez de tener patrón tengo marido, compañero, hermano o hasta organización? Quiero dejar en claro que cuando hablo de cuerpo no hago alusión a la prostitución ya que ese es un tema mucho más extenso que necesita su propia columna. En este texto quiero referirme a nuestras energías, creatividad, trabajo doméstico y fuerza que según Francesca Gargallo equivale aproximadamente a un 60% de toda la producción humana especializada, pero que es invisibilizada por todos los sectores como un trabajo natural o bajo el manto incuestionable del amor.
A pesar de los avances y de la proliferación de espacios feministas aún persisten ciertas creencias en supuestos grupos transformadores, que insisten en acallar o cuestionar la relevancia del movimiento de mujeres. Christine Delphy nos explica un poco el por qué sucede este fenómeno planteando que los análisis respecto a esta temática han estado centrados en las consecuencias que tiene el proletariado y en ningún caso se explica o pretende explicar la opresión común de las mujeres. Muchos análisis han replicado la postura de concebir la opresión de las mujeres como consecuencia del capital o atribuirle causas puramente ideológicas, lo cual sería bastante cuestionable desde una visión materialista.
En ese sentido, Delphy continúa planteando la doble exigencia al movimiento de mujeres. Por un lado, la necesidad de descubrir las causas estructurales y además constituirse en una fuerza política autónoma. No obstante, cuando la mujer toma consciencia de las relaciones de producción capitalistas y “se constituye en fuerza revolucionaria, el único análisis que integra la lucha de las mujeres a una perspectiva revolucionaria global prescinde de la primera de las exigencias – la búsqueda de las causas de la opresión específica de las mujeres – y no ofrece ninguna base teórica para la segunda: permite la constitución de un movimiento autónomo, pero no fundamente su necesidad”.
No puedo dejar de relacionar sus palabras con la tendencia de ciertos grupos de levantar consignas de igualdad o reinvindicando la feminidad, pero que pocos avances tienen en cuestionar el sistema patriarcal. Asimismo, recuerdo grupos anticapitalistas que hablan sobre el movimiento de mujeres desde una óptica paternalista o utilitarista, en donde no existe una real autonomía en la creación de política o actuar.
Con lo antes mencionado quiero recalcar la necesidad de generar diálogos críticos, primeramente, entre mujeres y no quiero caer en generalidades biologicistas o de género, ya que la invitación es a las mujeres que también están cruzadas por esta doble explotación. Audre Lorde ya lo mencionaba “La palabra sororidad presupone una homogeneidad de la experiencia que en realidad no existe. En el sistema patriarcal, los mecanismos que nos neutralizan no son iguales” así que en ningún caso pretendo que esta crítica a la teoría sea utilizada para fines liberales, sino más bien que sirva para la producción de conocimiento y que nos obligue a construir nuevos modelos de praxis, comprendiendo nuestra realidad. Es decir, superando las viejas usanzas y silencios.
Retomando lo anterior, el llamado es a que este primero de mayo se despatriarzalicen los espacios y la visión del mundo del trabajo. Dejar atrás los imaginarios que excluyen, que nos excluyen, que excluyen el trabajo de miles de mujeres denominándolos peyorativamente como actividades con valor de uso y no de intercambio, pero que paradójicamente se complacen al no preocuparse por las labores reproductivas y de sobrevivencia en sus hogares o espacios sociales.
Quiero insistir en la tesis de que ninguna mujer está fuera de la cadena de sostenibilidad de la especie, ya sea apatronada, autogestionada o en el hogar. En este texto quiero destacar el último, que no sólo es lavar o cocinar, sino que incluye el cuidado de enfermos, la administración de grupos sociales o de hogares. En ese sentido urge mencionar que estas actividades invisibilizadas benefician directamente al capital, ya que los organismos se lavan las manos al tratarse de reproducción o seguridad social, por lo mismo es que nos deberíamos preguntar ¿el capital podría sostenerse sin el trabajo doméstico? Tal vez la respuesta sea afirmativa, pero créanme que les costaría. Por otro lado ¿la revolución tiene cabida sin incluir la problematización de estas aristas? No.
El miércoles por primera vez marcharé en un bloque separatista para el día de la trabajadora, y a pesar de todas las dificultades que se han tenido que ir superando me siento realmente emocionada del avance en autonomía feminista y en destinar nuestras energías a la reconstrucción de nuestro proyecto feminista. Reconocernos como pueblo antipatriarcal e ir dialogando con todos los grupos marginados para la creación de una propuesta emancipadora en todos los niveles. Desde lo íntimo de nuestros pensamientos y deseos hasta la forma en cómo organizaremos económica y socialmente nuestro territorio.
Referencias:
- Delphy,C. (1985) El enemigo principal. Cuadernos inacabados. Recuperado de:
https://we.riseup.net/assets/178410/146706587-El-Enemigo-Principal-Crhistine-Delphy.pdf
- Gargallo, F (2007) El trabajo y las mujeres. Recuperado de:
- Federici, S. (2018) El Patriarcado del Salario. Traficantes de Sueños. España. Recuperado de: https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/TDS_map49_federici_web_0.pdf
- Fotografía: Daniela Oyarzo Vidal.