¿Y cuál es el problema?

By Catherine Oro Reyes 

Desde hace un tiempo atrás y casi sin notarlo, comencé a adherirme a una idea tan controversial y antinatural para algunos, como lo es la idea de no querer tener hijos. Siendo mujer, y desde muy pequeña, había tenido la certeza de que en algún punto de mi vida debía sí o sí llegar ese momento “especial”, y así finalmente convertirme en madre. Con el pasar de los años y gracias al entorno en el que me pude desenvolver mientras crecí y me eduqué, las pre concepciones que tenía sobre ciertos temas, y el de la maternidad precisamente, fueron cambiando.

Personalmente me atrevería a decir que este cambio de mentalidad me dejó huellas positivas, permitiéndome ampliar aún más la mirada hacia otras realidades que no podía desconocer y comprender las que paulatinamente iban emergiendo en nuestra sociedad. Una de esas nuevas realidades era la de concebir la realización personal como un proyecto biográfico enmarcado en nuevas aspiraciones desde un perspectiva más individual, ya sea para alcanzar el éxito profesional, espiritual, económico, disfrutar de ciertos goces y placeres, cuidar el medio ambiente y controlar la superpoblación, etc. Sin embargo, para ello, la opción de ser madre o padre queda un tanto postergada, a veces quedando erradicada mentalmente, producto de la incompatibilidad que este rol implica tanto en ámbitos económicos, socioecológicos, de espacio-tiempo, etc.

Luego de varias etapas de introspección acepté que sería parte de ese aún minoritario grupo que no seguiría el “orden natural del ser mujer”, y que por voluntad propia y por diferentes motivos me abstendría de ser madre. Sin embargo, a la hora de verbalizar esta idea de no querer tener hijos, no fue tan fácil. Ni siquiera en familia. De partida entendí que debía ser cuidadosa cuando quisiera manifestar este deseo contra natura, ya que, ante aquellos oídos no muy contentos de escucharme, siempre fui receptora de las mismas frases: “eres muy joven para decidirlo; a todas las mujeres les “baja” el sentimiento maternal, ya te llegará; y cuando estés viejita, ¿quién te cuidará?; a tus padres no les darás la dicha de tener nietos; eso lo dices ahora pero cuando te cases todo cambia niña!”

Ante tales comentarios, no pude más que pensar en lo complejo del panorama para quienes consideramos esta opción de vida. No sabía que el sentimiento maternal bajaría casi como una luz divina a iluminar mi vida, ni que la idea de tener hijos era para contar con alguien que me cuide al envejecer, y peor aún… ¿Quién dijo que me quería casar?

La verdad es que enfrentarse a ese tipo de afirmaciones tan arbitrariamente establecidas, ha provocado una incomodidad que no he querido volver a experienciar y decidí mantener mi deseo en el anonimato. Después de todo sentí que mi entorno mayoritariamente familiar, no estaba preparado para aceptarlo. No insistí.

Y precisamente en esto último quisiera detenerme. ¿Hasta qué punto se puede o debe reprimir un sentimiento, un pensamiento, un ideal por sólo evitar el cuestionamiento? El que además se transforma en un cuestionamiento absurdo cuando cruza esa delgada línea del respeto y la tolerancia a lo diferente, a lo no establecido, lo no normado.

Hoy es fácil ver en cualquiera de las redes sociales un sinnúmero de memes y publicaciones que hacen alusión, ya sea desde la vereda del humor,  a esta idea de no procrear, de ser siempre tío nunca “intío” o bien desde la vereda de una reflexión que apunta al control de la sobrepoblación. Junto con ello se evidencia un sinfín de comentarios y respuestas que van desde la total aprobación al total rechazo, siendo este último más que nada por una cuestión moral. Y aquí es donde se origina una pugna social entre quienes están de acuerdo y quiénes no, luchando constantemente casi por tener una verdad absoluta respecto a tal tema. En estas mismas publicaciones he leído y escuchado (de seguro ustedes también) muchos comentarios que critican a quienes deciden no tener hijos, porque pareciera que lo enrostran cada vez que pueden, porque terminan refiriéndose a los hijos como las “bendiciones” y a las madres como “luchonas”. Si bien para algunos estos términos pueden sonar un tanto despectivos, a mi parecer éstos no son más que el reflejo de una corriente que viene creciendo y que ha asociado dichos términos para sí. Aunque podría no ser la forma correcta de expresarse, tampoco veo la extrema gravedad en usar tal léxico como si fuera la mayor ofensa del mundo. (Pido disculpas a aquellos que sí se ofenden, no todo es personal)

Pero ahora, situados en un contexto en donde el empoderamiento de la mujer ha mostrado lentos pero significativos atisbos por sobre el paradigma patriarcal, hemos de comprender que las motivaciones por definirse como una persona independiente, monetaria y socialmente, han hecho que la mujer deje atrás la idea de validarse por medio de la maternidad, ya sea por una aprobación de sí misma o de la sociedad. En términos generales, las mujeres nos hemos permitido ampliar nuestros horizontes formando nuevos proyectos de vida, que no se limitan exclusivamente al rol reproductivo y cuidador, sino más bien con proyectos enfocados en la superación y autorrealización personal.

Entonces, ¿cuál es el problema con esto de decidir no tener hijos? En general quienes así lo deciden, consideran darle otro significado a su trayectoria de vida sin invalidar necesariamente la decisión de aquellos que sí quisieron procrear, puesto que al ser lo “normal” no se cuestiona bajo ningún argumento. Y es más, contarle a quien sea una noticia como la de ser futuros padres, se transforma siempre en un motivo de celebración y buenos deseos. Vuelvo a preguntarme, ¿cuál es el problema? Las actuales generaciones de jóvenes somos quienes estamos marcando nuevas tendencias tanto en formas de pensar, de decir, de actuar y de vivir, y no con el fin exclusivo de agitar el orden social antojadizamente sino con el fin de transformar estas tendencias en respuestas que se correspondan con las nuevas necesidades y los potenciales modelos de vida.