Siempre estimulado, nunca satisfecho

By Tomás Varnet Pérez 

Existe una distinción, que a pesar de lo evidente que pueda parecer a primera vista, pareciese pasar constantemente desapercibida en nuestras acciones: estimulación no es lo mismo que satisfacción.

En nuestra era de la información, pareciera que nunca ha sido más fácil estar continuamente estimulado. Siempre tendré con qué ocupar mi tiempo: juegos de acceso inmediato en el celular, chistes en formato de memes en páginas de internet y grupos, noticias de todas partes del mundo, audífonos permanentemente puestos, avisos publicitarios en mi celular, en la radio de la micro, en los carteles en las calles, en la televisión o en internet. Permanentemente tengo una figura para cada fondo, la estimulación se vuelve más la norma que la excepción.

Infoxicación” es el nombre que recibe esta vorágine de información de parte del movimiento slow. Un movimiento que se erige en contraposición al ritmo de nuestra era tecnológica postindustrial eficientista, con su respectivo “culto a la velocidad” y “abolición de toda pérdida de tiempo” [1]. ¿Por qué ir en la micro viendo la ventana cuando puedo aprovechar de revisar el correo, buscar un chiste que me entretenga o ver si hay algo interesante que le haya pasado a algún conocido en redes sociales? Estos hábitos irreflexivos y veloces se oponen a los ritmos orgánicos de la naturaleza, con sus ciclos y estaciones, que por mucho tiempo gobernaron nuestra actividad.

Sobre el aprovechamiento de estos tiempos “muertos”, Byung Chul Han en su ensayo Psicopolítica declara: “La verdadera felicidad viene de […] lo que se encuentra libre de toda necesidad, trabajo, desempeño y propósito”. Él mismo refiere también sobre la caracterización esencial de los juegos: “experiencias inmediatas de éxito y recompensa”. La realidad de los juegos por tanto refuerza esta habituación a constante estimulación y recompensa, siendo incompatible con la apreciación de los procesos lentos, las temporalidades densas. Las recompensas tácitas, los frutos de esos árboles que no alcanzaré a ver crecer quedan fuera del escenario de los juegos, de lo “jueguificable” (gamifiable). Desde este panorama se comprende el por qué una apología al aburrimiento puede resonar ahora más fuerte que nunca [2].

Si nos trasladamos al área de la salud mental, una teoría de la adicción que amasa cierto volumen de evidencia es la de saliencia del incentivo. Dentro de alguno de sus postulados se encuentra justamente la disociación entre el “querer” (wanting) y el “gustar” (liking). Esto es, los mecanismos cerebrales que están en juego para el querer o desear son distintos del gustar o gozar, siendo justamente esta disociación clave en lo que es un proceso adictivo [3]. Dicho de otro modo -con ribetes hasta budistas quizás-, este cuerpo adicto de insatisfacciónbusca compulsivamente aquello que en algún momento le fue novedoso y satisfactorio, ignorando que ahora es una cáscara hueca. Se persigue el dedo pensando ser la luna que una vez nos mostró [Ver nota al final].

Por ejemplo, en el caso del consumo de pornografía, está estimulación corporal, casi mecánica, que pueden despertar las imágenes. Esta sensación puede que en algún momento se haya encontrado asociada al deseo, al fervor erótico dirigido hacia un otro. Nuestro cuerpo puede obedecer al completo guión de lo que sería sexualmente satisfactorio, intentando emular alguna experiencia previa, más no hay pasión, ni sumo goce: algo falta, algo queda fuera.

Visiones restrictivas del ser humano refuerzan esta distorsión. Se reduce la felicidad a un estado neuroquímico del cerebro, ajeno a todo sentido de propósito, pertenencia y conexión con el mundo. Es un estanque de endorfinas, un cóctel de hormonas a regular y supervisar continuamente, una mascota que alimentar pero nunca sacar a pasear. Al respecto, nos recuerda -o advierte- Murakami que podrás reirte por siempre y nunca terminar feliz.

Dentro de todo, quizás es justamente este espíritu de nuestros tiempos el que como movimiento dialéctico presente una ventana para recuperar el dominio de nuestras horas; para toda instancia que nos vincule con la creatividad, más que el consumo, la corporalidad, más que la cabeza y el silencio, más que el ruido.

Nota: Dentro del paradigma del condicionamiento clásico, hay una conducta específica llamada automantenimiento negativo, que en el ejemplo de palomas previamente entrenadas, consiste en que éstas empiezan a exhibir conducta consumatoria (picotear) hacia una señal auditiva que anticipaba la entrega de alimento, incluso cuando esta misma acción de picoteo hace que deje de recibir su alimento. Es decir, se desarrolla una conducta fuertemente resistente que no solamente no entrega satisfacción, sino que además la impide.