¿Libertad de expresión para discursos de odio?

By Horlando San Martín Cabezas 

En el último tiempo hemos sido testigos del resurgimiento de discursos, expresiones y manifestaciones de odio que creíamos olvidadas. Estas formas de expresión buscan promover  los prejuicios y el odio hacia personas o grupos, incluso incitando a la violencia contra dichos individuos, todo lo anterior solamente basado en la pertenencia a alguna “raza, colectivo étnico, religión, nacionalidad, género, edad, discapacidad, orientación sexual o identidad de género, lengua, opiniones políticas y morales, estatus socioeconómico u ocupación, apariencia, capacidad mental o cualquier otro aspecto que se tenga en consideración”(Rodríguez, 2016). Basta hacer memoria de las noticias o publicaciones en redes sociales de los últimos meses para encontrar alguna forma de odio hacia cada una de las categorías expuestas anteriormente. En la presente columna intentaré ofrecer una mirada crítica hacia este tema desde el uso del lenguaje, la libertad de expresión y algunos ejemplos de concientización.

Según la ontología del lenguaje (Echeverría, 1994), el lenguaje crea realidades. No solamente lo usamos para describir las cosas a nuestro alrededor y en nuestro interior, sino que también lo utilizamos para cambiar el curso de los eventos y, de esa forma, alterar nuestra realidad y la de quienes nos rodean. Sería distinto el devenir de nuestro día a día si ante algo a lo que respondimos con “sí”, hubiéramos respondido con “no”. Esto mismo lo podemos aplicar al uso de expresiones de odio, en especial en la esfera pública. Es distinto escuchar a alguien referirse a un tema desde una perspectiva integradora a escuchar referirse desde una excluyente o discriminadora; nuestra reacción, de acuerdo a nuestros valores y creencias, será distinta de la de alguien con otros valores y creencias. Por un lado, un grupo se sentirá ofendido y otro, quizás, se sentirá representado, y el devenir de sus acciones tendrá distintas consecuencias. De esta forma, el uso del lenguaje no solo no es inofensivo, sino que, además, manifiesta nuestras intenciones, conscientes o inconscientes, de provocar un cambio en la realidad, sea este positivo o negativo.

Ahora bien, en cuanto a la libertad de expresión, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU en su artículo 19 consigna que “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión” (ONU, 1948). Por su parte, la Constitución Política de Chile (1980) en su artículo 19 N°12 asegura a todas las personas “la libertad de emitir opinión y la de informar”. Ambas miradas, internacional y nacional, se centran en la libertad de emitir un mensaje. Sin embargo, pareciera que dicho mensaje tampoco tuviese restricciones, en otras palabras, que también fuese “libre”. No obstante, si observamos con detención el resto de los artículos citados nos encontraremos con algunas consideraciones al respecto: la Declaración Universal agrega que los individuos no debiesen ser molestados por sus opiniones, pero establece que este derecho incluye “el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas”. El concepto de “investigar” es fundamental en este caso, ya que implica un proceso cognitivo que debiera bastar para evitar difundir públicamente información ofensiva, injuriosa o derechamente falsa (‘fake news’). Ahora, si volvemos a la Constitución chilena, nos encontramos con que la libertad para emitir opiniones conlleva una responsabilidad: “responder de los delitos y abusos que se cometan en el ejercicio de estas libertades” (Constitución Política de Chile, 1980). Esto significa que, de ser más minuciosos, ya habría gente respondiendo ante la justicia por el mal uso de su libertad de expresión. Lamentablemente, esto no ocurre en un país cuya memoria a veces no dura más que su capacidad de atención.

Finalmente, quisiera hablar de dos ejemplos del cine del último tiempo, basados en novelas, que han abordado este tema con una visión crítica. El primer ejemplo es la película alemana Ha vuelto y el segundo la película estadounidense El Infiltrado del Ku Klux Klan. En la primera, se presenta a Adolf Hitler despertando en el siglo XXI y las vicisitudes de su comportamiento frente al mundo actual, así como el comportamiento de la sociedad alemana frente a dicho personaje. En cuanto a esto último, al final de la película el director David Wnendt muestra a un Hitler victorioso paseando por las calles saludando a la gente; algunas demuestran su enfado, otras solo atinan a reír, pero otras lo saludan con alegría, incluso júbilo, lo que demostraría que sólo basta que se den las condiciones necesarias, que aumente la tolerancia frente a la intolerancia, para que personajes macabros de nuestra historia sean vitoreados por la multitud. En el otro ejemplo, el director Spike Lee narra la historia real de cómo un policía afroamericano se infiltra en el mundo clandestino del Ku Klux Klan en los años setenta, volviéndose parte de la facción. Igual que en la película anterior, el director realiza el ejercicio, quizás aún más atrevido, de demostrar con imágenes de archivo noticioso como los grupos de supremacistas blancos han vuelto a la luz pública amparados en su libertad de expresión, vociferando discursos de odio hacia las minorías. Ambos ejemplos de crear consciencia, ejecutados de manera similar, demuestran que los discursos de odio nunca desaparecen completamente, sino que se mantienen “en las sombras” hasta que se dan las condiciones para volver a diseminarse con una facilidad y velocidad impresionantes.

Para concluir, compartiré una reflexión publicada en el sitio alemán Das Progressive Zentrum. En su artículo, Nonhoff (2019) demuestra que sus esfuerzos por desmentir noticias falsas con hechos no han sido productivos, porque los simpatizantes de quienes las emiten siempre buscarán formas de desacreditar las fuentes expuestas. Como alternativa, habría que abrir el espacio para la gente con pensamientos conservadores dentro de los sectores progresistas, a pesar de sus opiniones, para que se sientan parte del debate democrático y no caigan así en las manos de populistas que les dicen solamente lo que quieren escuchar. Sólo fortaleciendo la democracia, mediante una necesaria autocrítica, se podrá hacer frente al origen de los discursos de odio, se podrá establecer claramente el uso de la libertad de expresión y se evitará el resurgimiento de líderes o movimientos abiertamente discriminatorios.

REFERENCIAS

Asamblea General de la ONU. (1948). “Declaración Universal de los Derechos Humanos”. París. Recuperado de: http://www.un.org/es/universal-declaration-human-rights/index.html

Constitución Política de Chile. (1980). Biblioteca del Congreso Nacional de Chile.

Echeverría, R. (1994). La ontología del lenguaje. Santiago, Dolmen Ediciones.

Nonhoff, D. (2019). Warum ich im Kampf gegen Rechts mit Fakten scheiterte. Das Progressive Zentrum. Berlín, Alemania. Recuperado de: https://www.progressives-zentrum.org/protestwahl-afd-kampf-gegen-rechts-fakten-scheitern/

Rodríguez, C. (2016). Discurso del odio o Hate Speech. Crimipedia [Internet].

Universidad Miguel Hernández. Alicante, España. Recuperado de: http://crimina.es/crimipedia/wp-content/uploads/2016/07/Crimipedia_Hate-Speech_-Carlos-Rodriguez.pdf